NUEVA YORK.- (por Juana Libedinsky) Cierta vez, esta redactora entrevistó a un conocido intelectual que sostenía que su pasión por la lectura se debía a que sus padres colocaban alto en la biblioteca el material no apto para niños, y que las ganas por conocer lo inaccesible lo había llevado a intentar leer esos tomos prohibidos, y con eso se había vuelto un adicto a la lectura en sí misma. Para cuando tuviera chicos, sostenía que directamente haría al revés y que colocaría la alta literatura donde habitualmente se esconden las Playboy, sabiendo que si su descendencia heredaba sus genes, al verlos escondidos inmediatamente se volverían locos por su contenido.
Este mismo razonamiento pareciera estar aplicándose ahora a la comida para los niños en Estados Unidos. Estudios de la Universidad del Estado de Pensilvania, publicados esta semana en The New York Times, señalan que los niños a los que se les hace inaccesible un grupo de alimentos terminan más obsesionados con ellos que los niños que los reciben en cantidades moderadas, incluso si los alimentos inaccesibles no tienen nada en especial salvo lo prohibido. Por eso, esta semana muchos padres hablaban de probar esconder las manzanas donde van las papas fritas, a ver si los resultados de un grupo de observación pueden replicarse en los hogares comunes.
Desde Jorge Washington Díaz Walker
Florida, Vicente López
Junio 2014
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